Carta a mi niño interior

Nuestro niño interior es una parte nuestra que aparece en forma de reacciones emocionales automáticas, pensamientos y conductas; es el resultado de todo lo que hemos vivido en la infancia y la adolescencia. Nuestro niño interior tiene una parte saludable y espontánea: juega, ríe, se divierte, disfruta. Sin embargo, también hay una parte de él que es consecuencia de haber vivido en la infancia momentos de dolor emocional, abandono, violencia (activa o pasiva), negación de nuestras necesidades, falta de mirada, falta de conexión emocional,etc. Cuando no hemos podido resolver estas pequeñas o grandes heridas que ocurrieron en nuestra infancia, seguirán controlándonos a lo largo de la vida, sin importar la edad.

Sanar a nuestro niño interior significa decidir que las heridas emocionales de nuestra infancia dejen de gobernar nuestra vida, abrazar las heridas del pasado y sanarlas para que el adulto que somos pueda disfrutar de lo que hoy merece disfrutar. 

Conectar con nuestro niño interior escribiéndole una carta es un paso importante en el camino hacia la autorreflexión, nos permitirá soltar esas cargas del pasado y ayudará a nuestro crecimiento personal. Así podemos aprender a cuidarlo y nutrirlo. 

Para escribir esta carta imagina al niño que fuiste, recuerda lo que te gustaba, lo que te molestaba, los sueños que tenías, las alegrías y las tristezas que te marcaron.

Escribe los sentimientos del niño que estás visualizando: ¿quién es?, ¿cómo es?, ¿cómo se siente?, ¿qué necesita? 

Puedes contarle lo que aprendiste en los últimos años, tus avences y tus logros. Que eso que querías hacer o cambiar cuando eras niño, lo lograste o estás trabajando en hacerlo. Agradécele por todos los momentos de alegría...

Escribe diciéndole todo lo que sientes, incluye detalles, anécdotas, personas, fechas, lo que creas necesario. Dile que te harás responsable de sanar tu alma, comprométete a trabajar para sanar las heridas que aún duelen, prométele que siempre van a caminar juntos y plenos. Sé amable, utiliza lenguaje positivo, dale las gracias y compréndelo, pero, sobre todo, perdónalo, pídele perdón y abrázalo.

Te invito a que lo hagas cuantas veces lo creas necesario. En verdad, es un ejercicio muy liberador.

 

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