Cuando la suerte no está de nuestro lado

El otro día me desperté con el pie izquierdo, literalmente. Y no porque crea en supersticiones —aunque ese día debí haberlo hecho—, sino porque al salir de la cama, me golpeé en el dedo meñique con la pata y terminé con la uña y el orgullo heridos. A partir de ahí, todo fue una sucesión de pequeños desastres domésticos: se me derramó el café del desayuno, el internet se fue justo en una reunión importante y hasta el gato decidió ignorarme.
Me reí, un poco por nervios, y otro poco porque si uno no se ríe, se envenena.
Esa tarde, mientras caminaba rápido para protegerme de una súbita lluvia —el mismo día en que la aplicación del clima me juró que no llovería—, pensé en Penélope, la de La Odisea. Esa mujer que tejía de día y destejía de noche para no rendirse al destino. Algo así sentía yo, solo que en vez de lana, tejía proyectos, tareas, trámites, con la sensación de que todo se desteje apenas uno parpadea.
Y entonces me pregunté: ¿Qué hacemos los días en que la suerte parece estar jugando a las escondidas con nosotros?
Me senté en la silla de mi negocio, mojada y con dolor de pie, y observé. A una señora se le cayó la bolsa en un charco, un niño lloraba porque su helado había decidido salirse del cono, un hombre peleaba con el celular porque no le prendía... y me sentí menos sola en la torpeza del día.
Porque la verdad es que la suerte, como el clima, tiene personalidad propia. Y muchas veces se pone caprichosa. Lo que me llevó a una pregunta aún más profunda: ¿realmente se trata de suerte... o de cómo miramos lo que ocurre?
Tal vez esos días en que todo falla son como pequeñas pruebas del alma. Como si la vida quisiera preguntarte: "¿te sigues eligiendo aunque nada salga bien?" Y, sinceramente, no siempre sé qué responderle.
Pero, entonces, recuerdo la frase que solía decir una amiga:
"Cuando no se puede bailar con la vida, al menos pídele que te preste los zapatos."
Y así, mojada, sin café, sin reunión y con un gato ofendido por razones que desconozco, decidí hacer las paces con ese día. Lo miré de frente y le dije: "mira, si viniste a probarme, al menos déjame tomarme el café en paz mañana, sin que se derrame, sin dramas. Solo café, por favor."
No pretendo romantizar el caos. A veces duele, a veces agota. Pero si hay algo que he aprendido es que incluso cuando la suerte no está de nuestro lado, nosotros sí podemos estar del nuestro. Acompañarnos con compasión, permitirnos el desorden, y sobre todo, seguir caminando.
Porque si la suerte no vuelve, siempre queda la opción de sobornar al gato con atún... y empezar de nuevo.