El lenguaje del alma que libera

A veces la vida se siente como un nudo en la garganta. Un peso en el pecho que te aplasta, te asfixia. Y entonces, las lágrimas empiezan a brotar. No son lágrimas de tristeza, necesariamente, a veces son de frustración, de impotencia, de rabia contenida. Otras veces, son lágrimas de alivio, de liberación, como si el alma se estuviera limpiando. 

Llorar, un acto tan humano, tan universal, y a la vez tan íntimo. En ocasiones, las lágrimas brotan sin previo aviso, como un río desbordado que arrasa con todo a su paso. Otras, se acumulan lentamente, gota a gota, hasta que la presión se vuelve insoportable y el llanto estalla como un volcán en erupción. 

Llorar es una experiencia profundamente transformadora. Hay algo en las lágrimas que trasciende las palabras; son la forma en que mi cuerpo expresa lo que mi voz, a veces, no puede decir. Cuando lloro siento que mi alma está hablando en un idioma universal, uno que todos conocemos pero que pocos entendemos por completo.

Cuando lloro, siento cómo la tensión se va disolviendo poco a poco. Es como si una válvula de escape se abriera y dejara salir todo lo que me estaba ahogando por dentro. El llanto me permite reconectar conmigo misma, con mis emociones más profundas. No es debilidad, es valentía. Es permitirme sentir, sin juzgarme, sin reprimirme. Después me siento más ligera, más en paz. Como si hubiera soltado una carga pesada. La vida sigue ahí, con sus altibajos, pero yo me siento más fuerte, más capaz de afrontarla. El llanto me recuerda que soy humana, que tengo derecho a sentir, a sufrir, a desahogarme. Y que después de la tormenta, siempre sale el sol. 

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