Mi refugio

En los momentos más turbulentos de mi vida, cuando las tormentas emocionales me han alcanzado, ha sido mi fe la que se ha convertido en un refugio seguro. No puedo decir que siempre he sabido cómo encontrar esa paz, pero a lo largo del tiempo he aprendido a confiar en algo más grande que yo misma, algo que me sostiene incluso cuando parece que todo lo demás se desmorona.
Recuerdo una etapa en particular, un momento en el que sentí que no había respuestas para las preguntas que me atormentaban. Me sentía perdida, abrumada por una sensación de vacío y desesperanza. Pero fue en ese lugar de vulnerabilidad que la fe comenzó a florecer en mi interior. Era como si, en medio de la oscuridad, una pequeña luz me guiara hacia un espacio donde podía respirar nuevamente.
La fe para mí no ha sido una garantía de que los problemas desaparecerán, pero sí un refugio donde puedo descansar, un lugar donde no tengo que tener todas las respuestas. Es la certeza de que, aunque no siempre entiendo el propósito de los desafíos, hay una razón detrás de ellos. Me ha enseñado a soltar el control y a confiar, algo que no siempre es fácil, pero que me ha traído una paz indescriptible.
Este refugio no es un lugar físico, sino un estado del corazón. Es el espacio donde me permito ser vulnerable, donde puedo entregar mis preocupaciones y miedos con la confianza de que no estoy sola. La fe ha sido mi consuelo en los momentos difíciles, mi fortaleza cuando me siento débil y mi guía cuando no sé qué camino tomar.
Hoy, cuando miro hacia atrás, veo cómo este refugio ha sido una constante en mi vida. Me ha sostenido en los días de tormenta y me ha ayudado a encontrar esperanza cuando parecía no haberla. La fe no solo me protege; también me transforma, recordándome que, incluso en mis momentos más oscuros, hay una luz que nunca se apaga.